Es básico para el óptimo desarrollo del cerebro del bebé, ya que
potencia sus funciones cerebrales en todos los aspectos (cognitivo,
lingüístico, emocional, motor y social)
Nuestro cerebro requiere información que le ayude a
desarrollarse. Su crecimiento depende de la cantidad, tipo y calidad de
estímulos que recibe; las capacidades no se adquieren sólo con el paso del
tiempo.
El bebé precisa recibir estos estímulos a diario, desde el
momento de su nacimiento. Si recibe estímulos pobres, de una forma irregular o
en cantidad insuficiente, el cerebro no desarrolla adecuadamente sus
capacidades al ritmo y con la calidad que cabría esperar. Por otro lado, una
estimulación temprana, abundante, periódica y de buena calidad nos garantiza un
ritmo adecuado en el proceso de adquisición de distintas funciones cerebrales.
La estimulación temprana de los niños es más eficaz porque su cerebro tiene
mayor plasticidad; esto hace que se establezcan
conexiones entre las neuronas con más facilidad, rapidez y eficacia.
Las deficiencias o falta de estimulación en el primer año de
vida del bebé pueden tener consecuencias en el desarrollo óptimo de sus
habilidades motoras, cognitivas, lingüísticas y sociales.
En muchas ocasiones los padres, aún sabiendo y siendo
conscientes de lo importante que es una buena estimulación temprana, suelen
pasar por alto algunos aspectos fundamentales, tales como su carácter general
(es decir, que abarcan todas las áreas del desarrollo y no centrarnos sólo en
una en concreto), la abundancia de estímulos o la regularidad en el tiempo.
No sólo se trata de reforzar, por ejemplo, aspectos
intelectuales o lingüísticos, sino que la estimulación temprana también debe
abarcar las demás áreas (motora, sensorial y social) del desarrollo del niño.
El cerebro de nuestros hijos puede procesar y adquirir toda una
serie de conocimientos mediante la repetición sistemática de estímulos o
ejercicios simples, comúnmente llamados unidades de información o bits.
De este modo, lo que se hace es ayudar a reforzar las distintas áreas
neuronales (relacionadas con el lenguaje, la motricidad, la inteligencia…)
El máximo desarrollo neuronal está comprendido entre el
nacimiento y el tercer año de vida, para luego ir poco a poco desapareciendo
hasta llegar a los seis años, momento en el que las interconexiones neuronales
del cerebro ya están establecidas y los mecanismos de aprendizaje se asemejan a
los de un adulto.
Nuestro hijo nace con un gran potencial y, para que ese
potencial se desarrolle al máximo de la forma más adecuada y satisfactoria,
nosotros somos los encargados de aprovechar esa oportunidad en su proceso de
maduración.
Todo esto lo podemos hacer aprendiendo a leer el comportamiento
de nuestro bebé, a respetar sus necesidades, a hacerle sentirse bien y cómodo,
a proporcionarle una alimentación sana y equilibrada, a asegurarnos de que
lleve una vida saludable y, lo esencial, a jugar con él.
En conclusión, la estimulación temprana en los bebés es importante ya que aprovecha la
capacidad y plasticidad del cerebro en su beneficio para el desarrollo óptimo
de las distintas áreas. Todo esto se logra proporcionando una
serie de estímulos repetitivos (mediante actividades lúdicas), de manera que se
potencien aquellas funciones cerebrales que a la larga resultan de mayor
interés.
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